Antes de entrar en materia de tan interesante película, deténgase un momento a preguntarse ¿alguna vez se ha puesto en los zapatos de una persona homosexual bajo la tensión de verse obligado a relevar su orientación sexual con el fin de vivir acorde a lo que siente? En caso de que lo haya hecho, podrá considerar la difícil situación que la sociedad todavía esgrime para la comunidad LGBT. En caso de que no haya sido así nunca, esta película, como la presente reseña, no es sino una invitación para reflexionar lo injusto como lo cruel, lo discriminatorio como lo innecesario de la situación en la que ponen a hombres y mujeres de todas las edades, y de nuevo, como si importara, la pregunta ¿se nace o se hace homosexual? Se nace libre y amando, es un mensaje que nos ofrece, con un potencial inmenso, la dirección de Greg Berlanti en la adaptación de la novela de Becky Albertalli.

Yo soy Simón relata la historia de Simon Spier a sus 16 años, a puertas de acabar la secundaria, en el delgado hilo entre confesarle a su familia y a sus amigos que es gay o esperar a que sus estudios terminen para viajar, empezar una vida de amor y libertad, en donde se sienta más conforme. Por una serie de sucesos desafortunados el propósito de Simon se ve cada vez más alterado y la amenaza de que lo delaten se hace latente. ¿Amenaza? Es una realidad que desgraciadamente no se vive únicamente en la ficción fílmica o literaria, es una que cobija a jóvenes alrededor del mundo en países que inclusive condenan a muerte la inclinación sexual por el mismo sexo. Amenaza, bajo una triste consideración de todo el sufrimiento que cimienta una etapa que precede siempre el momento de hablar con sinceridad y decirle al mundo, “este soy yo”.

Simon refleja la imagen de miles de jóvenes que en la actualidad padecen un calvario análogo. El valor agregado, y aplaudido, del cine contemporáneo está en dar visibilidad a sectores históricamente marginados para llevar al mundo historias que muchos todavía ignoran. Dar voz a los litigios LGBT, como a las desesperanzas de un joven adolescente a sus 16, abre la puerta para una sociedad más justa, derrocando los prejuicios y estereotipos de la orientación sexual diversa netamente ligada a la promiscuidad, al SIDA, a hombres confundidos, o afeminados, o transexuales, mostrando que como ellos, también existen personajes como el de Simon, varoniles, cisgenero, que pueden amar a otro hombre sin que ello implique un desbalance del universo. Entender la diversidad también es trabajo de nuestra cultura.

Y por ello, como mejor herramienta para vencer el odio, Con amor, Simon lleva un mensaje esperanzador. Uno que el compositor Rob Simonsen logra imprimir en una banda sonora que no es únicamente identitaria sino que alienta en esa lucha por sentirse aceptado, en el esfuerzo de superar el miedo a demostrar quién es uno mismo. La banda sonora explora la tristeza pero sin darle suficiente paso, explotando como elemento narrativo el aliento y el ánimo de expresar el amor: sus pistas son enérgicas con ritmos rápidos y emocionantes, dando pausas en donde las dudas y el “qué pasará” son evidentes, pero terminando cada parte de la banda sonora con un sentimiento de mejoría, cálido y alegre. Al igual que la historia, la música nos revela que en últimas todo saldrá bien, nos incita a esperar con fe y a ser nosotros mismos el factor de cambio al menos en nuestra vida.

Celebro innegablemente esta clase de aportes del cine a la lucha por la igualdad e inclusión. Aplaudo fervorosamente una banda sonora que capta las necesidad de una comunidad que sigue buscando la tranquilidad del amor, y que presta su mano amiga para consolidar personajes que puedan dar mayor alcance a una única solicitud: la de dejar amar, a cualquiera, a quien sienta que su corazón le pide.