La Fille de Bres - Martin Wheeler

 

La Fille de Brest o en ingles 150 Miligrams, retrata el famoso caso judicial contra una de las compañías farmacéuticas más importantes de Francia. La película se desarrolla entre los años 2008 hasta el 2010 y muestra la campaña heroica de una discreta neumóloga de la Universidad de Bret, que descubre graves efectos secundarios en los pacientes que consumen dosis diarias del medicamento Mediator; un producto utilizado por los diabéticos que buscaban bajar de peso y que había estado en venta por los últimos 30 años. A cargo del conflicto se encuentra la directora Emmanuelle Bercot, quien demuestra rigor y atención para retratar todo lo sucedido entre –inicialmente- el equipo investigador de Irene Frachon y los abogados de la compañía farmacéutica. En suma, la producción es entretenida y Bercot es capaz de mantenernos al filo de los acontecimientos, lo que a su vez es en gran parte mérito de unas actuaciones de calidad. Naturalmente, la película tiene el cliché de mostrar a los abogados de la farmacéutica (los malos) como personas irónicas y despreciables pero la trama parece ser neutral en mostrar el acontecimiento con precisión científica.

La música de la producción está a cargo del inglés Martin Wheeler, un músico que solo recientemente empezó a involucrarse en las bandas sonoras. De su repertorio, el trabajo que más sobresale fue Age of Uprising (2013), donde Wheeler exhibió una melodía desoladora a cargo de múltiples violines. En 150 Miligrams, no obstante, la música se compone por tonos sintéticos. La mayoría de las canciones casi que carecen de ritmo siendo notas agudas que se mezclan y otorgan un sentimiento de ansiedad o preocupación al espectador. La composición de Wheeler, por otro lado, tiene un papel muy secundario en la película, siendo una melodía que aparecía en las transiciones de tiempo y lugar, en los momentos de silencio o las caras de frustración y tristeza. De ninguna forma se involucra con los personajes o complementa la experiencia cinematográfica de forma enriquecedora. No se puede decir que está mal, pues la música complementa ese aire angustioso y tensionado, pero si se pudo usar con mucho más protagonismo y originalidad.

De toda la película quizás es solo una la escena que se nutre del sonido. Específicamente, la secuencia donde el hijo toca en el piso con unas baquetas; la música del fondo se une a su compás, la cámara se turna en mostrar sus hábiles manos y el esfuerzo de la doctora en su investigación y se forma así un momento entretenido para el espectador.