La meticulosidad de Wes Anderson en la creación de escenas detalladas y poderosas, sorprende nuevamente en Isla de perros (Isla of Dogs), una historia narrada a través de un stop motion impecable, una retórica maravillosa de la imagen que prescinde en lo posible de dialogo y llega incluso a conmover con un argumento enternecedor en su desarrollo: en la ciudad de Megasaki el alcalde Kobayashi, representante de un clan de una histórica repulsión a los caninos, emite un decreto para exiliar a todos los perros a una isla de basura cruzando el mar. Atari, el sobrino del alcalde, se ve despojado de su mascota, Spots, e inicia una cruzada para rescatarlo, ayudándose por una camada de perros abandonados en isla basura.

Antes de que usted decida si ver la película o no, basándose en los dos puntos que le he contado (una animación estilo stop motion, de una historia de perros) repasemos los factores claves que hacen de este un filme maravilloso que vale toda la pena de ver. La dirección de Wes Anderson no agrega únicamente nombre y reconocimiento a la cinta. No, el director genera una composición de las escenas tan espectacular que el espectador quisiera detener la película y detallar todos los fotogramas: los muñecos de la película, hechos de metal, goma y silicona, no solo debían ser decorados según el estilo, con un set complejo y minucioso, pero además debían tener un realismo que trasmitiera las emociones pretendidas por la historia y no hablando únicamente de emociones y gestos humanos, sino esencialmente de perros. El equipo estudió los movimientos y respuestas de estos animales y con un equipo de 27 animadores y 10 ayudantes fue capaz de imprimir veracidad en una comedia conmovedora y entretenida.

Los humanos hablan en japonés. Los perros hablan en inglés. Y a través de un par de personajes que comparten el idioma de los canes se dan los diálogos justos y necesarios para comprender las secuencias. Esta es una película que narra con la estética visual de su diseño, con la meticulosidad de su construcción, retrocediendo a una manera de contar un relato que prescinde de adornos, excesos u otras estrategias del cine contemporáneo. Sin embargo, hay un elemento crucial en esta historia que si bien no es estrictamente necesario para desenvolver el relato, da un ingrediente de riqueza, cultura, tradición e identidad sin el cual la experiencia de Isla de perros no habría sido tan amplia. Esto es la banda sonora en manos del compositor francés Alexandre Desplat. La dupla Desplat-Anderson ya había tenido el lujo de provocar exquisitas creaciones como El Gran Hotel Budapest o Fantastic Mr. Fox. Y si el trabajo de Anderson es emblemático por su diseño cuidadoso, Desplat no se queda atrás.

La banda sonora está inspirada en el Gagaku, un tipo de música clásica japonesa de corte imperial que emplea instrumentos como la flauta traversa, el oboe, el laúd y la citara. La música es grave y recuerda las óperas dramáticas y fatalistas que dan a la historia un dejo de sátira en los acontecimientos de la historia. Inclusive involucra el Taiko, una forma de percusión japonesa dinámica, rápida, que involucra coreografías de artes marciales. La composición de Desplat explora las raíces japonesas para brindar piezas características que cumplen su papel identitario dentro de la historia.

Ambos creadores dan una joya al público. No se deje llevar por los estigmas de las películas sobre animales, o de los stop motion, que en ambos de los casos pueden o ser un enorme éxito o un tétrico fracaso. En el caso de Isle of Dogs, cada segundo de la historia es una porción de arte que no queremos que termine y que al acabar, pedimos únicamente que Anderson y Desplat se consoliden con tanta solidez como Spielberg y Williams.