J.K Rowling lleva 17 años deslumbrando con su fantasía literaria en la gran pantalla. Esta semana estrenó Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald y el mundo de Harry Potter pareciera no tener final, más expandirse a través de las sorpresas que siguen capturando a la audiencia que creció de la mano del mítico relato. La segunda entrega de la trilogía Anímales Fantásticos trae, en mayor medida que su predecesora, una serie de hilos espectaculares con los cuales adentrarse al pasado y el trasfondo de la historia de Potter; cuenta el momento en que Gellert Grindelwald escapa de su confinamiento regresando a Europa para hacerse con un poderío capaz de llevar a cabo su plan de tomarse el mundo mágico y muggle. Con personajes como el legionario Albus Dumbledore, interpretado por Jude Law, y el hilarante Newt Scamander, Eddie Redmayne, la historia se angosta entre lo trepidante, lo increíble, lo dramático y exuberante de la magia.

​

La cinta fue dirigida por David Yates, el cinematógrafo que ha estado detrás de las producciones de Rowling desde Harry Potter y la Orden del Fénix; nadie mejor que Yates, después de la autora, conocerá los secretos del fantástico escenario de la Gran Bretaña encantada, el Estados Unidos a la altura con una historia mágica de represiones y conservadurismo, o la Paris que deja de ser romántica y se plaza el lugar perfecto para traiciones, amoríos, amenazas y enfrentamientos. Yates logra mostrar todas las teorías, los secretos y los nuevos enigmas sin mostrarse muy obvio en su relato. Además, consigue mezclar los dos elementos que destacan de esta trilogía: lo hilarante, e inofensivo, de los animales fantásticos, y lo encantador, peligroso y lleno de misterios de la magia que se cuenta a través de un suspenso y dramatismo en porciones juntas. El balance logró mantener la identidad con la cual se presentó Fantastic Beasts, pero recordando el carácter enigmático de las últimas entregas de Harry Potter: al tener mucha más relación con la macro-historia de Potter que todos ya conocemos, la cinta se hace mucho más entretenida, atractiva y cautivadora.

​

Detrás de la composición original encontramos al genio James Newton Howard, el mismo que trabajó la banda sonora de la anterior entrega. Notamos una mayor madurez de la historia también en el relato sonoro: esta vez Howard logra hacer un balance más agradable y deleitante, sin caer demasiado en la hilaridad y lo humorístico, un posible error de la entrega anterior, y rescatando los puntos fuertes de la historia a través de piezas de un misticismo onírico, con tonos solemnes, coros intrigantes que acompañan, y un juego entre instrumentos de cuerda que agudizan el ambiente y templan los nervios del público. Recordemos que el compositor ha estado detrás de la musicalización de sagas ficticias como The Hunger Games o historias de corte como Maléfica y Blancanieves y la leyenda del cazador. En todas estas, y en las muchas otras que no pertenecen a este género, el compositor se ha destacado por iniciar su producción con piezas que tienen una identidad definida, son suaves, no generan mayores emociones pero acompañan adecuadamente la historia, hasta que el final consigue un ritmo a través de la música que va empujando hasta el momento catártico. James Newton Howard nos da esa estocada final con la pieza Spread the Word. Si usted ya vio la película, logrará captar ese momento y recordar cómo finamente se incrusta la música para generar un enorme escenario. Si por el contrario no la ha visto todavía (¿qué espera?), entenderá la potencia y se llevará un verdadero impacto al ver la escena dentro del filme.

​

La película es un éxito rotundo desde su actuación, su historia, con un gran argumento que no se distancia de la primera entrega pero que por fin nos introduce en el mundo mágico que todos esperábamos desde el anuncio de la trilogía. Supera la primera producción, y demuestra un gran trabajo entre Rowling, Yates y Howard. No queda sino esperar con ansias que los secretos develados y las huellas que dejaron, a modo de pistas, se revelen próximamente.